Angels

viernes, 14 de octubre de 2011

4 – “Haz lo que creas que debes hacer”


Me desperté con la música de mi móvil. La noche anterior había puesto la alarma para no quedarme dormida.
<<Buenos días, papá>>, fue lo primero que pensé.
Bajé, le di un beso a mi madre y me tomé rápidamente un tazón de cereales con leche.
Subí a mi habitación y cogí el vestido que había sacado por la noche.
Entré en el baño y me duché.
Me alisé el pelo de forma que me llegaba hasta un poco más de la mitad de la espalda. Mi madre siempre insistía en que me lo cortase, pero a mí me gustaba así.
Me puse los zapatos y al entrar el la habitación me di cuenta de que había dejado toda la ropa que me probé encima de la cama, así que la metí toda a mogollón dentro del armario.
Cogí un bolso negro y metí la Black Berry, 15 euros, las llaves y un paquete de clinex.
Fui andando, más bien corriendo hacia la plaza.
Daniel no estaba apoyado en un árbol con su chaqueta de cuero, pero estaba sentado en un banco a la sombra de un árbol, mirando al mar.
Llevaba una camisa de manga corta y unos vaqueros oscuros.
Me acerqué lentamente y me senté a su lado.
Se giró hacia mí y me dedicó una amplia sonrisa. Casi sin querer, las comisuras de mis labios se curvaron devolviéndosela.
  -Bonito, ¿verdad? – dijo refiriéndose al mar.
  -Precioso – contesté - Me trae recuerdos de mi padre – hice un intento de sonrisa, pero no me salió.
Nos quedamos en silencio.
  -Hoy hace un año de su muerte, ¿sabes? – susurré.
Se me saltaron las lágrimas y comencé a sollozar.
  -Oh… yo, esto… lo siento mucho – dijo Daniel intentando calmarme.
  -No pasa… - no pude terminar la frase porque las lágrimas inundaban mis ojos.
Daniel rodeó mis hombros con su brazo y yo apoyé mi cabeza en su hombro.
  -Desahógate, pequeña – murmuró.
Y lloré, lloré por mi padre, por su muerte, porque sabía que no volvería, que se había ido para siempre.
Cuando ya no me quedaban más lágrimas, levanté la cabeza.
  -Gracias, Dani – le dije.
  -No hay de qué – respondió sonriendo.
Se levantó y me tendió la mano.
Se la cogí y me levanté.
  -¿Llevas el bañador? – preguntó aún sonriendo.
  -Sí, siempre lo llevo – contesté.
Y era cierto; en verano, siempre lo llevaba puesto. Precisamente, para ocasiones como esta.
Se me escapó una sonrisa.
  -¿Te apetece darte un baño? – preguntó sonriendo a su vez.
  -Oh, sí, por supuesto – dije quitándome el vestido y lo dejé en la arena junto a las sandalias y la ropa de Daniel
Tiré de él y comencé a correr hacia la orilla.
Llevaba un bañador negro con flores verdes en la pierna derecha.
Mi bikini era amarillo can rayas moradas.
Cogió mi mano y me llevó hasta la orilla.
Cuando mis dedos tocaron el agua me arrepentí de haber dicho que quería bañarme e instintivamente retrocedí unos cuantos pasos.
Pero cuando Daniel me vio, corrió hacia mí y me cogió en brazos.
 -¡No! ¡Espera! – grité – ¡Está hela...! – no me dio tiempo a acabar la frase porque cuando me quise dar cuenta estaba bajo el agua.
Daniel todavía no se había metido, así que empecé a salpicarle mientras me reía a carcajadas.
Él nadó hasta mí y me cogió la mano.  
Con la mano que tenía libre me retiró los mechones queme caían por la cara.
De repente, una ola gigante nos sumergió a los dos bajo el agua de nuevo, pero Daniel no soltó mi mano.
Pasamos un rato saltando olas y después salimos del agua y nos sentamos en la arena, ya que ninguno de los dos llevaba toalla.
Una vez secos, nos pusimos la ropa y subimos al paseo marítimo para dar una vuelta.  
  -¿Qué es lo que más recuerdas de tu padre? – preguntó Daniel de repente.
  -Yo… todo – respondí un poco confusa – Recuerdo todo: los paseos por la plaza, los atardeceres en el paseo marítimo,  las noches en la playa, los desayunos en familia,…
  -¿No tienes ningún recuerdo especial?
Me quité una pequeña  cruz de madera que llevaba en el cuello.
  -Esto era suyo, – dije poniéndola sobre su mano – es muy simple, pero para mi significa mucho – hice una pausa para coger aire porque volvían a saltarse mis lágrimas -. Siempre la llevaba con él, fuese donde fuese. Me la entregó poco antes de morir. Era como parte de él. Para mí es como llevar un trozo de su alma conmigo. Pero no es así, porque ya se ha ido y no volverá.
  -No se ha ido, sigue vivo en tu corazón – dio poniendo una mano sobre mi pecho, justo en el corazón.
  Pero no es justo, ¿por qué él? – dije sollozando -¿Por qué justamente él?
  -Shh… tranquila, - intentó tranquilizarme Daniel – llora si es lo que necesitas.
  -No, no voy a llorar, - me froté los ojos para secarme las lágrimas – tengo que ser fuerte.
  -No, no tienes que ser fuerte – dijo él  - debes ser tú misma. Debes llorar si crees que debes llorar, debes gritar si crees que debes gritar, salta, canta, si es lo que crees que debes hacer.
Me quedé boquiabierta al oír aquello. ¿De veras era eso lo que tenía que hacer?
Bien, pues lo iba a poner en práctica en ese justo momento.
  -¿Puedo hacer una cosa? – le pregunté.
  -Si es lo que crees que debes hacer… - contestó sonriendo.
 - Sí, es exactamente lo que creo que debo hacer – dije sonriendo yo también.
  -Entonces, adelante.
Me acerqué a él y rodeé su cintura con mis brazos. Apoyé la cabeza en su pecho. Al principio le noté un poco confuso. Pero finalmente rodeó mis hombros con sus brazos y apoyó su mejilla sobre mi cabeza.
Notaba en mi oído el latido de su corazón.
De pronto, el sonido de su móvil deshizo nuestro abrazo.
Daniel se separó de mí y cogió el teléfono.
  -¿Diga? – contestó – Sí, ahora voy – y colgó.
Pues sí que había sido larga la conversación.
  -Verás, tengo que irme.
  -Oh, yo también debería irme, – miré el reloj – es la una y media y mi madre ya se estará poniendo histérica.
 -Vale. Ya nos veremos.
  -Hablamos – contesté.
Di media vuelta y eché a andar hacia mi casa.

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