Angels

sábado, 15 de octubre de 2011

LA PINTURA BLANCA



Tantas veces me pregunto:
"¿Para qué servirá la pintura blanca?
Si ni siquiera pinta sobre una cartulina negra"
Y mi respuesta siempre es:
"Para ocupar sitio en la caja"

viernes, 14 de octubre de 2011

4 – “Haz lo que creas que debes hacer”


Me desperté con la música de mi móvil. La noche anterior había puesto la alarma para no quedarme dormida.
<<Buenos días, papá>>, fue lo primero que pensé.
Bajé, le di un beso a mi madre y me tomé rápidamente un tazón de cereales con leche.
Subí a mi habitación y cogí el vestido que había sacado por la noche.
Entré en el baño y me duché.
Me alisé el pelo de forma que me llegaba hasta un poco más de la mitad de la espalda. Mi madre siempre insistía en que me lo cortase, pero a mí me gustaba así.
Me puse los zapatos y al entrar el la habitación me di cuenta de que había dejado toda la ropa que me probé encima de la cama, así que la metí toda a mogollón dentro del armario.
Cogí un bolso negro y metí la Black Berry, 15 euros, las llaves y un paquete de clinex.
Fui andando, más bien corriendo hacia la plaza.
Daniel no estaba apoyado en un árbol con su chaqueta de cuero, pero estaba sentado en un banco a la sombra de un árbol, mirando al mar.
Llevaba una camisa de manga corta y unos vaqueros oscuros.
Me acerqué lentamente y me senté a su lado.
Se giró hacia mí y me dedicó una amplia sonrisa. Casi sin querer, las comisuras de mis labios se curvaron devolviéndosela.
  -Bonito, ¿verdad? – dijo refiriéndose al mar.
  -Precioso – contesté - Me trae recuerdos de mi padre – hice un intento de sonrisa, pero no me salió.
Nos quedamos en silencio.
  -Hoy hace un año de su muerte, ¿sabes? – susurré.
Se me saltaron las lágrimas y comencé a sollozar.
  -Oh… yo, esto… lo siento mucho – dijo Daniel intentando calmarme.
  -No pasa… - no pude terminar la frase porque las lágrimas inundaban mis ojos.
Daniel rodeó mis hombros con su brazo y yo apoyé mi cabeza en su hombro.
  -Desahógate, pequeña – murmuró.
Y lloré, lloré por mi padre, por su muerte, porque sabía que no volvería, que se había ido para siempre.
Cuando ya no me quedaban más lágrimas, levanté la cabeza.
  -Gracias, Dani – le dije.
  -No hay de qué – respondió sonriendo.
Se levantó y me tendió la mano.
Se la cogí y me levanté.
  -¿Llevas el bañador? – preguntó aún sonriendo.
  -Sí, siempre lo llevo – contesté.
Y era cierto; en verano, siempre lo llevaba puesto. Precisamente, para ocasiones como esta.
Se me escapó una sonrisa.
  -¿Te apetece darte un baño? – preguntó sonriendo a su vez.
  -Oh, sí, por supuesto – dije quitándome el vestido y lo dejé en la arena junto a las sandalias y la ropa de Daniel
Tiré de él y comencé a correr hacia la orilla.
Llevaba un bañador negro con flores verdes en la pierna derecha.
Mi bikini era amarillo can rayas moradas.
Cogió mi mano y me llevó hasta la orilla.
Cuando mis dedos tocaron el agua me arrepentí de haber dicho que quería bañarme e instintivamente retrocedí unos cuantos pasos.
Pero cuando Daniel me vio, corrió hacia mí y me cogió en brazos.
 -¡No! ¡Espera! – grité – ¡Está hela...! – no me dio tiempo a acabar la frase porque cuando me quise dar cuenta estaba bajo el agua.
Daniel todavía no se había metido, así que empecé a salpicarle mientras me reía a carcajadas.
Él nadó hasta mí y me cogió la mano.  
Con la mano que tenía libre me retiró los mechones queme caían por la cara.
De repente, una ola gigante nos sumergió a los dos bajo el agua de nuevo, pero Daniel no soltó mi mano.
Pasamos un rato saltando olas y después salimos del agua y nos sentamos en la arena, ya que ninguno de los dos llevaba toalla.
Una vez secos, nos pusimos la ropa y subimos al paseo marítimo para dar una vuelta.  
  -¿Qué es lo que más recuerdas de tu padre? – preguntó Daniel de repente.
  -Yo… todo – respondí un poco confusa – Recuerdo todo: los paseos por la plaza, los atardeceres en el paseo marítimo,  las noches en la playa, los desayunos en familia,…
  -¿No tienes ningún recuerdo especial?
Me quité una pequeña  cruz de madera que llevaba en el cuello.
  -Esto era suyo, – dije poniéndola sobre su mano – es muy simple, pero para mi significa mucho – hice una pausa para coger aire porque volvían a saltarse mis lágrimas -. Siempre la llevaba con él, fuese donde fuese. Me la entregó poco antes de morir. Era como parte de él. Para mí es como llevar un trozo de su alma conmigo. Pero no es así, porque ya se ha ido y no volverá.
  -No se ha ido, sigue vivo en tu corazón – dio poniendo una mano sobre mi pecho, justo en el corazón.
  Pero no es justo, ¿por qué él? – dije sollozando -¿Por qué justamente él?
  -Shh… tranquila, - intentó tranquilizarme Daniel – llora si es lo que necesitas.
  -No, no voy a llorar, - me froté los ojos para secarme las lágrimas – tengo que ser fuerte.
  -No, no tienes que ser fuerte – dijo él  - debes ser tú misma. Debes llorar si crees que debes llorar, debes gritar si crees que debes gritar, salta, canta, si es lo que crees que debes hacer.
Me quedé boquiabierta al oír aquello. ¿De veras era eso lo que tenía que hacer?
Bien, pues lo iba a poner en práctica en ese justo momento.
  -¿Puedo hacer una cosa? – le pregunté.
  -Si es lo que crees que debes hacer… - contestó sonriendo.
 - Sí, es exactamente lo que creo que debo hacer – dije sonriendo yo también.
  -Entonces, adelante.
Me acerqué a él y rodeé su cintura con mis brazos. Apoyé la cabeza en su pecho. Al principio le noté un poco confuso. Pero finalmente rodeó mis hombros con sus brazos y apoyó su mejilla sobre mi cabeza.
Notaba en mi oído el latido de su corazón.
De pronto, el sonido de su móvil deshizo nuestro abrazo.
Daniel se separó de mí y cogió el teléfono.
  -¿Diga? – contestó – Sí, ahora voy – y colgó.
Pues sí que había sido larga la conversación.
  -Verás, tengo que irme.
  -Oh, yo también debería irme, – miré el reloj – es la una y media y mi madre ya se estará poniendo histérica.
 -Vale. Ya nos veremos.
  -Hablamos – contesté.
Di media vuelta y eché a andar hacia mi casa.

domingo, 9 de octubre de 2011

Puertas... y llaves

Siempre nos conocimos, siempre fuimos amigos,
pero hasta ese momento...
no supe cuanto se puede llegar a querer a alguien.


Porque con aquella simple caricia, con aquel simple beso,
tu me abriste una pueta que todo el mundo debe poder abrir,
esa de la que sólo la persona a la que más amas posee la llave,
esa llave que sólo tú posees.



 La puerta del alma y la del corazón.

sábado, 8 de octubre de 2011

viernes, 7 de octubre de 2011

3 - Castigada

Llegamos al parque donde Soffie iba a jugar casi todos los días y allí me encontré con Emily, mi mejor amiga.
Estaba con su novio y otros amigos.
Se levantó y vino corriendo hacia mí.
Le dije a Soffie que se fuera a jugar un rato a los columpios.
Emily me dio dos besos y yo le di un abrazo.
  -Llamé a tu casa esta mañana, – dijo – pero tu madre me dijo que te había castigado una semana sin salir.
  -Sí, una mierda.
  -¿Dónde fuiste anoche? – preguntó con curiosidad.
  -Ah, - contesté – me senté en la playa y entonces... alguien se sentó a mi lado.
  -¿Qué? – chilló - ¿Quién? ¿Cómo es? ¿Está bueno?
  -Es moreno..., ojos azules. Se llama Daniel y tiene 19 años. Y la gustan mis ojos – expliqué.
  -¿Daniel? – preguntó sorprendida - ¿Uno alto, delgado y guapísimo?
  -Mmm... ¡sí! – chillé.
  -¿Sabes quién es? – preguntó Emily.
  -¿Cómo? ¿Quién es? – pregunté un poco sorprendida.
  -¿Te acuerdas de cuando estábamos en segundo? Había un chico en cuarto, Daniel Smith, todas estábamos coladitas por él hasta los huesos.
  -No me lo puedo creer – dije estupafecta – No puede ser verdad. ¿Es él?
  -¡Sí! – gritó Emily entusiasmada – Creo.
Nos pusimos las dos a saltar como estúpidas y cuando paramos alguien llamó a Emily.
  -¡Em! Vamos a la playa – era su novio.
  -Me tengo que ir – dijo Emily.
Adiós, Em – me despedí.
Me dio un beso en la mejilla y salió corriendo.
Llamé a Soffie y nos dirigimos a la panadería.
Íbamos hablando de Pocoyo, los dibujos favoritos de mi hermana, cuando alguien puso su mano sobre mi hombro. Me di la vuelta y…
  -¡Joel! – casi grité - ¿No te ibas a Roma?
  -Sí, pero me voy mañana, y tengo que aprovechar mis días aquí.
Solté una carcajada.
  -¿Qué tal todo? – me preguntó.
  -Vamos a por el pan –contesté.
  -Hola, Soffie – dijo Joel volviéndose hacia mi hermana.
  -Hola – respondió mi hermana con su vocecilla.
Joel soltó una pequeña carcajada.
  -Bueno, me voy a la playa he quedado con Emily y con los demás – dijo volviéndose hacia mí - ¿Por qué no vienes?
  -Está castigada – dijo Soffie antes de que yo pudiese abrir la boca para contestarle.
  -Ah, vale – dijo Joel – Nos vemos.
  -Ya hablaremos – me despedí.
Cuando Joel se fue seguimos andando, esta vez en silencio.
Nos cruzamos con varios conocidos de mi madre y los saludamos a todos educadamente.
Cuando por fin llegamos a la panadería y estábamos a punto de entrar, nos encontramos con una amiga de mi madre que nos contó su vida entera en unos… mmm… ¿ocho minutos?
Y, por fin, conseguimos comprar una maldita barra de pan.
Cuando íbamos a salir de la tienda me fijé en la fecha del periódico que llevaba un señor en la mano: 24 de julio. Hice unos cálculos… ¿qué? ¿Sólo ocho días? Era imposible. Dentro de ocho días hacía un año de la muerte de mi padre. ¿Un año? ¡Qué rápido pasa el tiempo!
Se me había pasado el año volando.
El camino de vuelta a casa fue bastante más corto. Nadie nos hizo pararnos a hablar de nada. Sólo hubo un problema: me estaba meando.
Llegamos a casa y subí corriendo al baño sin ni siquiera saludar a mi madre.
Cuando salí me fui a mi habitación y me tiré en la cama con el libro de Romeo y Julieta.

<< ¡Ojos, mirad por última vez! ¡Brazos, dad vuestro último abrazo! Y vosotros, ¡oh, labios!, puertas de aliento, sellad con un legítimo beso un trato perpetuo con la ávida muerte. ¡Ven, amargo conductor! ¡Ven, áspero guía! ¡Temerario piloto! ¡Lanza tu zarandeado navío contra la roca implacable! ¡Brindo por mi amor! ¡Oh, leal boticario! Tus drogas son rápidas. Con un beso, muero. >>

Esos eran mis versos favoritos del libro

Al rato oí la voz de mi madre:
  -¡A comeeeer!
Me cambié rápidamente de ropa y bajé a comer.
Cuando terminamos, subí a mi habitación y encendí el portátil.
Sólo Emily estaba conectada.
Me contó su plan de vacaciones y el de los demás.
Fue breve, porque se iba con su novio otra vez.
Emily se iba mañana a Atenas.
Mario se iba a Irlanda a estudiar inglés.
Laura se iba a Mallorca a visitar a sus abuelos.
Y yo me quedaba sola.
Bueno, estaba Daniel, pero no se conectó en toda la tarde así que… estaba totalmente sola.
La tarde pasó lenta, muy lentamente y después de cenar estuve viendo una película con mi madre.
Cuando acabó me fui a la cama directamente.
La semana de castigo fue un auténtico rollo.
Todas las mañanas hacía lo mismo, dormir e ir a por el pan; y por las tardes, abría el correo, pero como nadie  se conectaba ningún día, me bajaba con mi madre a ver la televisión.
Sólo el último día había alguien conectado.
Era Daniel, que no había dado señales de vida durante toda la semana.

<<Dani dice:
Hola Rose
  Rose dice:
Hola
  Dani dice.
¿Qué tal?
  Rose dice:
Castigada
  Dani dice:
¿Todavía estás castigada?
  Rose dice:
Hoy es el último día… :)
  Dani dice:
Genial
  Rose dice:
Genial, sí
  Dani dice:
¿Puedes quedar mañana?>>

¿Daniel Smith estaba quedando conmigo?
Lo pensé un momento. 1 de agosto: aniversario de la muerte de papá.  Había una misa a las siete y media.

<<Rose dice:
Sólo por la mañana
  Dani dice:
Vale, ¿a las once y media en la plaza?
  Rose dice:
Sí, genial
  Dani dice:
Mañana nos vemos
  Rose dice:
Hasta mañana >>

Al principio pensé que estaba soñando. Leí de nuevo la conversación para asegurarme de que no me lo había imaginado y luego, por si acaso, me pellizqué el brazo.
Me tumbeé en la cama e maginé a Daniel, con su chaqueta de cuero negra, apoyado en un árbol, esperándome en la plaza. Sonreí.
  -¡La cena está lista! – la voz de mi madre me sacó de mi ensoñación.
Bajé y me senté en la mesa.
  -Mamá, mañana he quedado a las once y media – dije.
 -Recuerda que a las siete y media tenemos la misa.
  -Lo sé – contesté.
Cuando terminamos de cenar, subí a mi habitación y me probé la mitad de la ropa de mi armario, para ver lo que me ponía al día siguiente.
Al final me decidí por un vestido naranja de tirantes y unas sandalias blancas.
Después me fui a la cama pensando en lo que me esperaba al día siguiente.