Angels

sábado, 3 de noviembre de 2012

sábado, 7 de abril de 2012

viernes, 24 de febrero de 2012

¡VIVE LA VIDA!

Salta, ríe, canta, baila, grita, pásatelo bien, disfruta, anima, habla, escucha, dibuja, compra, tira, prueba, experimenta, se tú mismo, enamórate, quiere, ama, llora, cambia, haz el tonto, escribe, estudia, decora, crea, inventa, alcanza, intenta y, sobre todo,... 

¡vive la vida!

domingo, 15 de enero de 2012

El frío invierno

Siempre hace frío en invierno,




pero el abrazo de la persona adecuada
puede hacer que te olvides de ello

viernes, 13 de enero de 2012

5 - “Sólo las personas especiales pueden ver cosas especiales”

Cuando llegué a casa, Soffie corrió hacia mí y yo la achuché entre mis brazos.
Le di un beso en la mejilla y ella me lo devolvió.
Comimos huevos y patatas fritas, la comida favorita de mi padre y, ahora, la mía.
No pude terminar de comer porque de repente me eché a llorar y subí corriendo a mi habitación sin dar explicación alguna.
Me tumbé en la cama y estuve toda la tarde llorando. Mi madre intentó entrar para hablar conmigo un par de veces, pero le pedí que se fuera.
A las seis y media encendí el ordenador e imprimí el discurso que había escrito algunos días atrás para leer durante la misa de esa tarde.
Me puse unos vaqueros largos negros y una camisa blanca. Escogí unas manoletinas blancas del armario de los zapatos.
A las siete y cuarto salimos de casa.
Fuimos en el Seat Ibiza negro de mi madre.
Nos sentamos en el primer banco de la iglesia.
No estuve atenta en la mayor parte de la misa.
  -Vamos, – me dijo en un momento mi madre – es tu turno.
Saqué la hoja del bolso, me levanté y me coloqué detrás del micrófono.
Me froté los ojos llorosos antes de comenzar.
  -Papá, se que estás ahí, que me estás escuchando, que no te has ido, al menos, no del todo, y que jamás te irás.
>>Porque sé que siempre estarás vivo, aquí dentro, - me señalé el corazón – en mi corazón. Siempre estarás vivo en el corazón de cada una de las personas que te quieren.
>>Muchas veces me pregunto: ¿por qué tú? ¿Por qué tú y no cualquier otro?
>>Y mi respuesta es siempre “No lo sé”. Y es verdad, porque no tengo ni la menor idea. Supongo que al final nos daremos cuenta de por qué fue así y no de cualquier otra forma, por qué tú y no cualquier otra persona.
>>¿Y sabes qué papá? Que no volveré a hacerme esas preguntas. Lo que haré a partir de ahora será seguir adelante que debo decir, hacer lo que crea que deba hacer, decir lo que crea que deba decir.
>>Y esto es lo que creo que debo decir: Te quiero, papá. Estés donde estés, te quiero; estés con quien estés, te quiero, me veas o no me veas, me oigas o no me oigas, te quiero, papá, siempre ocuparás un hueco en mi corazón; siempre has estado ahí, y siempre lo estarás. Porque jamás moriste del todo y jamás lo harás.
>>Siempre estarás vivo en mi corazón.
>>Te he querido siempre, te quiero ahora y siempre te querré, papá.
De repente, reparé en una persona que había sentada en el último banco.
Era un chico, Daniel. Al momento, me di cuenta de un detalle en el que no había caído. De su espalda sobresalían dos enormes alas negras.
Pestañeé para asegurarme de lo que acababa de ver.
Ahora no tenía alas y estaba sonriendo; me estaba sonriendo , así que le devolví la sonrisa un poco confusa.
Toda la gente que había en la iglesia estalló en aplausos cuando terminé de leer. Bueno, en realidad, no había estado leyendo. La mitad del discurso me la había inventado sobre la marcha.
Bajé del altar y me volví a sentar en el banco junto a mi madre.
Cuando los aplausos cesaron, el cura continuó con la misa.
Y esta vez si que no escuché nada de lo que dijo, porque solamente podía pensar en lo que había visto antes.
Era Daniel, de eso estaba segura.
Pero ¿con alas?, ¿con alas negras?
¿Quién era? O, ¿qué era?
En ese momento creí que estaba empezando a volverme loca.
Cuando la misa acabó fui corriendo hasta el último banco, donde Daniel ya se levantaba para marcharse.
  -¡Espera! – exclamé.
  -Hola, Rose – saludó – bonito discurso.
  -Gracias – respondí
  -¿Qué te pasa? – preguntó Daniel – Pareces algo nerviosa. Una cosa, antes de que se me olvide, – metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó la cruz de mi padre – se me olvidó devolvértela.
Me llevé la mano al cuello. ¿Cómo podía haber sido tan tonta como para olvidarme de ella?
 -Gracias por traérmala.
 -De nada. - sonrió - Bueno, ¿qué querías?
 -Es que... antes... he visto... bueno, tú tenías - me señalé la espalda - dos...
 - Vamos, suéltalo ya - dijo impaciente.
 - Tenías alas, enormes, y eran negras. - dije por fin - Pero parecía como so sólo yo las hubiese visto.
Torció el gesto, pero a modo de una media sonrisa.
 -¿Qué? - pregunté algo sorprendida - ¿No me tomas por loca?
 -No - fue su única respuesta. De repente se puso serio.
 -Venga ya, - al ver que no hablaba dije - ¿en serio?
 -Sólo las personas especiales pueden ver cosas especiales.
No me dio tiempo a contestar a eso, porque dio media vuelta y salió de la iglesia.
Me fijé en la forma de moverse que tenía.
Era como una pluma que se deja llevar por el viento.
No recuerdo mucho después de eso.
Sólo que le pedí a mi madre que nos fuéramos a casa. Ella cogió a  Soffie en  brazos y fuimos hasta el coche.
Nada más sentarme en el asiento del copiloto me quedé dormida.
<< Estaba volando, alguien me llevaba entre las nubes.
Miré hacia arriba para ver quien rodeaba mi cintura con sus manos.
Era Daniel, tal y como le había visto en la iglesia. Con alas. Dos inmensas y hermosas alas salían de su espalda.
Dos inmensas y hermosas alas negras.
 - Sólo las personas especiales pueden ver cosas especiales.
No respondí.
Daniel agarró mi cintura con más fuerza y comenzamos a ir más rápido, y más, y más, y más, ... >>
 -Rosalie - la voz de mi madre - hemos llegado.
Al principio me sentí un poco confusa, pero después me acordé de la misa, de la conversación con Daniel y de cuando entramos en el coche de mi madre.
Salí del coche y entré corriendo en casa.
Subí a mi habitación y cogí el portátil. 
Cuando abrí el correo, vi que Emily estaba conectada.

<< Em dice:
¡Hola, Rose!
   Rose dice:
Hola
   Em dice:
¿Qué tal por ahí?
   Rose dice:
Bueno... bastante bien :)
   Em dice:
¿Alguna novedad? >>

Pensé en contarle lo de Daniel, pero no me pareció el momento apropiado.

<< Rose dice:
Mmm... no
   Em dice:
Vale. Oye, tengo que irme. Ya hablaremos
   Rose dice:
Okey. Ya hablaremos
   Em dice: 
Ciao. Te quiero
   Rose dice:
¡Adiós, Em! Tq>>

Fin de la conversación. Pues si que había durado mucho.
Pensé en lo que me había dicho Daniel:
<< Sólo las personas especiales pueden ver cosas especiales >>
¿Tener visiones de un amigo con alas negras era especial?
¿No era más un síntoma de locura suprema?
Y además, ¿no había dicho las personas especiales?
Yo no era muy especial que se dijera.
Yo era Rosalie Standford García, le hija de Arthur Standford y de Rosalie García.
Y mis padres eran normales.
O, al menos, eso creía yo entonces.

viernes, 30 de diciembre de 2011

martes, 27 de diciembre de 2011

NAVIDAD

Ojala pudiésemos meter el espíritu de la Navidad en jarros y abrir uno cada mes del año


¡FELIZ NAVIDAD!

sábado, 24 de diciembre de 2011

Esos días...

Esos días en os que te levantas sin ganas de hacer nada, de decir                   nada, de hablar con nadie.
Esos días e los que te levantas sólo por sacarles una sonrisa a los que más quieres.

domingo, 27 de noviembre de 2011

APRENDER A CRITICAR

Antes de criticar a alguien, deberías ponerte sus zapatos y andar un kilómetro con ellos. 
Así, cuando le critiques, estarás a un kilómetro y tendrás sus zapatos.

sábado, 19 de noviembre de 2011

REGALOS



-Todos los chicos que te quieren te hacen regalos. Yo aún no te he dado nada... como símbolo de mi cariño.
-Hay algo que puedes darme que me haría muy feliz. Regálame un beso.

martes, 8 de noviembre de 2011

Ese alguien especial...

Todos nos enamoramos, todos queremos a alguien, siempre hay alguien a quien adoramos.
Te entran esas ganas de abrazarle, de ponerte lo más cerca posible y no separarte nunca más, porque es lo único en lo que piensas, lo único que te importa en el mundo.
Ya no son tus pies los que te sostienen, sino su presencia y su recuerdo cuando está lejos de ti.
con cada una de sus miradas se cae un trocito de cielo.
Porque todos necesitamos a alguien que de sentido a nuestra vida.
A ese alguien especial.

Io e te tre metri sopra il cielo





Siempre hay un momento en el que el camino se bifurca, cada uno toma una dirección pensando que al final los caminos se volverán a unir. Desde tu camino ves a la otra persona cada vez más pequeña, no pasa nada, estamos hechos el uno para el otro, al final estará ella, pero al final solo ocurre una cosa, llega el puto invierno. Ya no hay vuelta atrás, lo sientes. Y justo entonces intentas recordar en que momento comenzó todo, y descubres que todo empezó antes de lo que pensabas, mucho antes, y es ahí, justo en ese momento, cuando te das cuenta de que las cosas solo ocurren una vez. Y por mucho que te esfuerces ya no volverás a sentir lo mismo, ya nunca tendrás la sensación de estar a tres metros sobre el cielo.

sábado, 15 de octubre de 2011

LA PINTURA BLANCA



Tantas veces me pregunto:
"¿Para qué servirá la pintura blanca?
Si ni siquiera pinta sobre una cartulina negra"
Y mi respuesta siempre es:
"Para ocupar sitio en la caja"

viernes, 14 de octubre de 2011

4 – “Haz lo que creas que debes hacer”


Me desperté con la música de mi móvil. La noche anterior había puesto la alarma para no quedarme dormida.
<<Buenos días, papá>>, fue lo primero que pensé.
Bajé, le di un beso a mi madre y me tomé rápidamente un tazón de cereales con leche.
Subí a mi habitación y cogí el vestido que había sacado por la noche.
Entré en el baño y me duché.
Me alisé el pelo de forma que me llegaba hasta un poco más de la mitad de la espalda. Mi madre siempre insistía en que me lo cortase, pero a mí me gustaba así.
Me puse los zapatos y al entrar el la habitación me di cuenta de que había dejado toda la ropa que me probé encima de la cama, así que la metí toda a mogollón dentro del armario.
Cogí un bolso negro y metí la Black Berry, 15 euros, las llaves y un paquete de clinex.
Fui andando, más bien corriendo hacia la plaza.
Daniel no estaba apoyado en un árbol con su chaqueta de cuero, pero estaba sentado en un banco a la sombra de un árbol, mirando al mar.
Llevaba una camisa de manga corta y unos vaqueros oscuros.
Me acerqué lentamente y me senté a su lado.
Se giró hacia mí y me dedicó una amplia sonrisa. Casi sin querer, las comisuras de mis labios se curvaron devolviéndosela.
  -Bonito, ¿verdad? – dijo refiriéndose al mar.
  -Precioso – contesté - Me trae recuerdos de mi padre – hice un intento de sonrisa, pero no me salió.
Nos quedamos en silencio.
  -Hoy hace un año de su muerte, ¿sabes? – susurré.
Se me saltaron las lágrimas y comencé a sollozar.
  -Oh… yo, esto… lo siento mucho – dijo Daniel intentando calmarme.
  -No pasa… - no pude terminar la frase porque las lágrimas inundaban mis ojos.
Daniel rodeó mis hombros con su brazo y yo apoyé mi cabeza en su hombro.
  -Desahógate, pequeña – murmuró.
Y lloré, lloré por mi padre, por su muerte, porque sabía que no volvería, que se había ido para siempre.
Cuando ya no me quedaban más lágrimas, levanté la cabeza.
  -Gracias, Dani – le dije.
  -No hay de qué – respondió sonriendo.
Se levantó y me tendió la mano.
Se la cogí y me levanté.
  -¿Llevas el bañador? – preguntó aún sonriendo.
  -Sí, siempre lo llevo – contesté.
Y era cierto; en verano, siempre lo llevaba puesto. Precisamente, para ocasiones como esta.
Se me escapó una sonrisa.
  -¿Te apetece darte un baño? – preguntó sonriendo a su vez.
  -Oh, sí, por supuesto – dije quitándome el vestido y lo dejé en la arena junto a las sandalias y la ropa de Daniel
Tiré de él y comencé a correr hacia la orilla.
Llevaba un bañador negro con flores verdes en la pierna derecha.
Mi bikini era amarillo can rayas moradas.
Cogió mi mano y me llevó hasta la orilla.
Cuando mis dedos tocaron el agua me arrepentí de haber dicho que quería bañarme e instintivamente retrocedí unos cuantos pasos.
Pero cuando Daniel me vio, corrió hacia mí y me cogió en brazos.
 -¡No! ¡Espera! – grité – ¡Está hela...! – no me dio tiempo a acabar la frase porque cuando me quise dar cuenta estaba bajo el agua.
Daniel todavía no se había metido, así que empecé a salpicarle mientras me reía a carcajadas.
Él nadó hasta mí y me cogió la mano.  
Con la mano que tenía libre me retiró los mechones queme caían por la cara.
De repente, una ola gigante nos sumergió a los dos bajo el agua de nuevo, pero Daniel no soltó mi mano.
Pasamos un rato saltando olas y después salimos del agua y nos sentamos en la arena, ya que ninguno de los dos llevaba toalla.
Una vez secos, nos pusimos la ropa y subimos al paseo marítimo para dar una vuelta.  
  -¿Qué es lo que más recuerdas de tu padre? – preguntó Daniel de repente.
  -Yo… todo – respondí un poco confusa – Recuerdo todo: los paseos por la plaza, los atardeceres en el paseo marítimo,  las noches en la playa, los desayunos en familia,…
  -¿No tienes ningún recuerdo especial?
Me quité una pequeña  cruz de madera que llevaba en el cuello.
  -Esto era suyo, – dije poniéndola sobre su mano – es muy simple, pero para mi significa mucho – hice una pausa para coger aire porque volvían a saltarse mis lágrimas -. Siempre la llevaba con él, fuese donde fuese. Me la entregó poco antes de morir. Era como parte de él. Para mí es como llevar un trozo de su alma conmigo. Pero no es así, porque ya se ha ido y no volverá.
  -No se ha ido, sigue vivo en tu corazón – dio poniendo una mano sobre mi pecho, justo en el corazón.
  Pero no es justo, ¿por qué él? – dije sollozando -¿Por qué justamente él?
  -Shh… tranquila, - intentó tranquilizarme Daniel – llora si es lo que necesitas.
  -No, no voy a llorar, - me froté los ojos para secarme las lágrimas – tengo que ser fuerte.
  -No, no tienes que ser fuerte – dijo él  - debes ser tú misma. Debes llorar si crees que debes llorar, debes gritar si crees que debes gritar, salta, canta, si es lo que crees que debes hacer.
Me quedé boquiabierta al oír aquello. ¿De veras era eso lo que tenía que hacer?
Bien, pues lo iba a poner en práctica en ese justo momento.
  -¿Puedo hacer una cosa? – le pregunté.
  -Si es lo que crees que debes hacer… - contestó sonriendo.
 - Sí, es exactamente lo que creo que debo hacer – dije sonriendo yo también.
  -Entonces, adelante.
Me acerqué a él y rodeé su cintura con mis brazos. Apoyé la cabeza en su pecho. Al principio le noté un poco confuso. Pero finalmente rodeó mis hombros con sus brazos y apoyó su mejilla sobre mi cabeza.
Notaba en mi oído el latido de su corazón.
De pronto, el sonido de su móvil deshizo nuestro abrazo.
Daniel se separó de mí y cogió el teléfono.
  -¿Diga? – contestó – Sí, ahora voy – y colgó.
Pues sí que había sido larga la conversación.
  -Verás, tengo que irme.
  -Oh, yo también debería irme, – miré el reloj – es la una y media y mi madre ya se estará poniendo histérica.
 -Vale. Ya nos veremos.
  -Hablamos – contesté.
Di media vuelta y eché a andar hacia mi casa.

domingo, 9 de octubre de 2011

Puertas... y llaves

Siempre nos conocimos, siempre fuimos amigos,
pero hasta ese momento...
no supe cuanto se puede llegar a querer a alguien.


Porque con aquella simple caricia, con aquel simple beso,
tu me abriste una pueta que todo el mundo debe poder abrir,
esa de la que sólo la persona a la que más amas posee la llave,
esa llave que sólo tú posees.



 La puerta del alma y la del corazón.

sábado, 8 de octubre de 2011

viernes, 7 de octubre de 2011

3 - Castigada

Llegamos al parque donde Soffie iba a jugar casi todos los días y allí me encontré con Emily, mi mejor amiga.
Estaba con su novio y otros amigos.
Se levantó y vino corriendo hacia mí.
Le dije a Soffie que se fuera a jugar un rato a los columpios.
Emily me dio dos besos y yo le di un abrazo.
  -Llamé a tu casa esta mañana, – dijo – pero tu madre me dijo que te había castigado una semana sin salir.
  -Sí, una mierda.
  -¿Dónde fuiste anoche? – preguntó con curiosidad.
  -Ah, - contesté – me senté en la playa y entonces... alguien se sentó a mi lado.
  -¿Qué? – chilló - ¿Quién? ¿Cómo es? ¿Está bueno?
  -Es moreno..., ojos azules. Se llama Daniel y tiene 19 años. Y la gustan mis ojos – expliqué.
  -¿Daniel? – preguntó sorprendida - ¿Uno alto, delgado y guapísimo?
  -Mmm... ¡sí! – chillé.
  -¿Sabes quién es? – preguntó Emily.
  -¿Cómo? ¿Quién es? – pregunté un poco sorprendida.
  -¿Te acuerdas de cuando estábamos en segundo? Había un chico en cuarto, Daniel Smith, todas estábamos coladitas por él hasta los huesos.
  -No me lo puedo creer – dije estupafecta – No puede ser verdad. ¿Es él?
  -¡Sí! – gritó Emily entusiasmada – Creo.
Nos pusimos las dos a saltar como estúpidas y cuando paramos alguien llamó a Emily.
  -¡Em! Vamos a la playa – era su novio.
  -Me tengo que ir – dijo Emily.
Adiós, Em – me despedí.
Me dio un beso en la mejilla y salió corriendo.
Llamé a Soffie y nos dirigimos a la panadería.
Íbamos hablando de Pocoyo, los dibujos favoritos de mi hermana, cuando alguien puso su mano sobre mi hombro. Me di la vuelta y…
  -¡Joel! – casi grité - ¿No te ibas a Roma?
  -Sí, pero me voy mañana, y tengo que aprovechar mis días aquí.
Solté una carcajada.
  -¿Qué tal todo? – me preguntó.
  -Vamos a por el pan –contesté.
  -Hola, Soffie – dijo Joel volviéndose hacia mi hermana.
  -Hola – respondió mi hermana con su vocecilla.
Joel soltó una pequeña carcajada.
  -Bueno, me voy a la playa he quedado con Emily y con los demás – dijo volviéndose hacia mí - ¿Por qué no vienes?
  -Está castigada – dijo Soffie antes de que yo pudiese abrir la boca para contestarle.
  -Ah, vale – dijo Joel – Nos vemos.
  -Ya hablaremos – me despedí.
Cuando Joel se fue seguimos andando, esta vez en silencio.
Nos cruzamos con varios conocidos de mi madre y los saludamos a todos educadamente.
Cuando por fin llegamos a la panadería y estábamos a punto de entrar, nos encontramos con una amiga de mi madre que nos contó su vida entera en unos… mmm… ¿ocho minutos?
Y, por fin, conseguimos comprar una maldita barra de pan.
Cuando íbamos a salir de la tienda me fijé en la fecha del periódico que llevaba un señor en la mano: 24 de julio. Hice unos cálculos… ¿qué? ¿Sólo ocho días? Era imposible. Dentro de ocho días hacía un año de la muerte de mi padre. ¿Un año? ¡Qué rápido pasa el tiempo!
Se me había pasado el año volando.
El camino de vuelta a casa fue bastante más corto. Nadie nos hizo pararnos a hablar de nada. Sólo hubo un problema: me estaba meando.
Llegamos a casa y subí corriendo al baño sin ni siquiera saludar a mi madre.
Cuando salí me fui a mi habitación y me tiré en la cama con el libro de Romeo y Julieta.

<< ¡Ojos, mirad por última vez! ¡Brazos, dad vuestro último abrazo! Y vosotros, ¡oh, labios!, puertas de aliento, sellad con un legítimo beso un trato perpetuo con la ávida muerte. ¡Ven, amargo conductor! ¡Ven, áspero guía! ¡Temerario piloto! ¡Lanza tu zarandeado navío contra la roca implacable! ¡Brindo por mi amor! ¡Oh, leal boticario! Tus drogas son rápidas. Con un beso, muero. >>

Esos eran mis versos favoritos del libro

Al rato oí la voz de mi madre:
  -¡A comeeeer!
Me cambié rápidamente de ropa y bajé a comer.
Cuando terminamos, subí a mi habitación y encendí el portátil.
Sólo Emily estaba conectada.
Me contó su plan de vacaciones y el de los demás.
Fue breve, porque se iba con su novio otra vez.
Emily se iba mañana a Atenas.
Mario se iba a Irlanda a estudiar inglés.
Laura se iba a Mallorca a visitar a sus abuelos.
Y yo me quedaba sola.
Bueno, estaba Daniel, pero no se conectó en toda la tarde así que… estaba totalmente sola.
La tarde pasó lenta, muy lentamente y después de cenar estuve viendo una película con mi madre.
Cuando acabó me fui a la cama directamente.
La semana de castigo fue un auténtico rollo.
Todas las mañanas hacía lo mismo, dormir e ir a por el pan; y por las tardes, abría el correo, pero como nadie  se conectaba ningún día, me bajaba con mi madre a ver la televisión.
Sólo el último día había alguien conectado.
Era Daniel, que no había dado señales de vida durante toda la semana.

<<Dani dice:
Hola Rose
  Rose dice:
Hola
  Dani dice.
¿Qué tal?
  Rose dice:
Castigada
  Dani dice:
¿Todavía estás castigada?
  Rose dice:
Hoy es el último día… :)
  Dani dice:
Genial
  Rose dice:
Genial, sí
  Dani dice:
¿Puedes quedar mañana?>>

¿Daniel Smith estaba quedando conmigo?
Lo pensé un momento. 1 de agosto: aniversario de la muerte de papá.  Había una misa a las siete y media.

<<Rose dice:
Sólo por la mañana
  Dani dice:
Vale, ¿a las once y media en la plaza?
  Rose dice:
Sí, genial
  Dani dice:
Mañana nos vemos
  Rose dice:
Hasta mañana >>

Al principio pensé que estaba soñando. Leí de nuevo la conversación para asegurarme de que no me lo había imaginado y luego, por si acaso, me pellizqué el brazo.
Me tumbeé en la cama e maginé a Daniel, con su chaqueta de cuero negra, apoyado en un árbol, esperándome en la plaza. Sonreí.
  -¡La cena está lista! – la voz de mi madre me sacó de mi ensoñación.
Bajé y me senté en la mesa.
  -Mamá, mañana he quedado a las once y media – dije.
 -Recuerda que a las siete y media tenemos la misa.
  -Lo sé – contesté.
Cuando terminamos de cenar, subí a mi habitación y me probé la mitad de la ropa de mi armario, para ver lo que me ponía al día siguiente.
Al final me decidí por un vestido naranja de tirantes y unas sandalias blancas.
Después me fui a la cama pensando en lo que me esperaba al día siguiente.

jueves, 29 de septiembre de 2011

PIEDRAS

Si alguien pone piedras en tu camino...


¡intenta construir algo bonito con ella!

2 "Me encantan tus ojos"

  -Rosalie Standford, siéntese en esa silla ahora mismo – dijo muy seria.
  -Hola, mamá – contesté haciendo lo que me decía.
  -¿Sabes que hora es? – preguntó.
  -Pero es que yo... – empecé a decir.
  -No hay peros que valgan. Es la una de la madrugada – dijo con tono cortante.
  -Sí, pero yo... – intenté decir otra vez.
  -Una semana sin salir y a tu habitación ahora mismo.
  -Sí, mamá – contesté.
Me levanté y subí a mi habitación. Me puse el pijama y saqué la chaqueta de Daniel del bolso. La colgué en el armario con toda mi ropa.
Cogí el portátil y me senté en la cama.
Al final no había sido tan malo. Seguía teniendo mi Black Berry, y mi portátil. Sólo una semana sin salir; podría soportarlo.
Abrí el correo y agregué a Daniel.
Miré los correos que tenía y cuando iba a apagar el ordenador, alguien me habló por chat.
<<Dani dice:
¡Hola!
   Rose dice:
Hola. Tengo tu chaqueta.
   Daniel dice:
Ya, no importa, ya me la darás.
   Rose dice:
Sí, sólo tengo un problema.
   Dani dice:
¿Qué pasa?
   Rose dice:
Mmm... una semana sin salir de casa.
   Dani dice:
Oh, oh. Si que tienes un problema.
   Rose dice:
Bueno, al menos no me han dejado sin ordenador. :)
   Dani dice:
Algo es algo. Jejeje.
   Rose dice:
Sí, es verdad. Bueno, Dani, ¿qué te cuentas?
   Dani dice:
Estoy deseando verte otra vez. >>

Yo también, pensé. Pero no llegué a escribirlo.

<<Rose dice:
¿De veras?
   Dani dice:
Sí, eres bastante interesante.
   Rose dice:
¿Con que interesante, eh? ¿Vas a escribir sobre mí en el periódico o qué?
   Dani dice:
No me refería a eso. Eres guapa, lista, pelo castaño, ojos verdes... :)
   Rose dice:
Ah, ya, eso
   Dani dice:
Por cierto, me encantan tus ojos. >>

Tardé un momento en responder a eso.
Pensé en sus ojos azules, del color del mar y suspiré.

<<Rose dice:
Y a mí los tuyos.
   Dani dice:
Gracias, Rose.
   Rose dice:
De nada>>

 -¡Rosalie! ¡A dormir ahora mismo! - gritó mi madre desde el otro lado de la puerta.
  -¡Ya voy, mamá! – contesté.

<<Rose dice:
Tengo otro problema
   Dani dice:
La chica problemática, jajaja. ¿Qué ocurre esta vez?
   Rose dice:
Hay un sargento al otro lado de mi puerta dispuesto a tirar la pared abajo si hace falta para que me acueste.
   Dani dice:
Eso si que es un problema.
   Rose dice:
Lo sé, pero… ¡qué se le va a hacer! :)
   Dani dice:
Buenas noches.
   Rose dice:
¡Nos vemos!
   Dani dice:
¡Dulces sueños!>>

Y se desconectó.
Apagué el ordenador y me tumbé sobre las sábanas. Hacía demasiado calor como para taparme.
Y, sí, tuve dulces sueños.

<< Volaba junto a mi padre, él me llevaba de la mano. Pero, de repente, se desvaneció en el aire y yo me quedé sola.
Estuve esperando y, entonces, vi que una figura se acercaba hacia mí; pero sus ojos no eran verdes, como los de mi padre, sino verdes.
Era Daniel quien venía hacia mí y se paraba a mi lado.
Entonces, me cogía la mano y, poco a poco su rostro se acercaba al mío y… >>
   
  -¡Rosalie! – gritó mi madre desde el piso de abajo - ¡Baja aquí ahora mismo!
Miré el reloj de la mesilla: las once y media.
  -¡Ya voy! – me levanté y bajé corriendo a la cocina.
Me encontré a mi madre e el centro de la habitación con los brazos en jarras.
  -¿Qué pasa, mamá? – pregunté frotándome los ojos.
  -Nada, sólo hay un chico en la puerta de mi casa que dice ser amigo tuyo – contestó – pero, que yo no había visto nunca por aquí.
  -Iré a ver quien es.
Accedió y me dirigí a la puerta de la entrada.
¿Quién podía ser? Mi madre conocía a todos mis amigos, excepto a… ¡No! ¡No podía ser!
Me di cuenta de las pintas que llevaba cuando ya había abierto la puerta. Subí la mirada y me encontré con los mismos ojos azules de mi sueño.
  -Eh… hola – dije tímidamente.
  -Hola, Rose – dijo Daniel.
  -¿Qué haces aquí? – pregunté mientras me retiraba los mechones de pelo que me caían por la cara.
   -Esto… tienes mi chaqueta, ¿recuerdas?
  -Oh, claro, pasa – dije retirándome de la entrada – Espera un momento, ahora mismo te la bajo.
  -Vale – contestó Daniel entrando en el salón.
Subí a mi habitación y cogí la chaqueta.
Antes de bajar, entré n el baño y me peiné un poco. Cuando bajé las escaleras me encontré con la furiosa mirada de mi madre que, por supuesto, se había fijado en la chaqueta que llevaba en la mano.
  -Ahora te lo explico – dije rápidamente y salí pitando hacia el salón.
Daniel estaba al lado del piano que mis padres me compraron cuando iba a clases de música.
Nunca llegué a acabar todos los cursos, pero sabía tocar algunas canciones.
  -¿Te gusta? – pregunté.
  -¿Qué? – dijo sobresaltado – Ah, si,… ¿sabes tocar?
  -Bueno, sólo algunas canciones – respondí - ¿Y tú?
  -Lo toco desde los seis años – dijo sonriente.
  -Ah - ¿desde los seis años? – aquí tienes tu chaqueta. Gracias por dejármela – dije entregándosela.
  -De nada – respondió él.
  -Bueno, ya hablaremos – dije.
  -Esto… sí, claro.
  -¿Me das tu número? Por ahora no me ha castigado sin ordenador y sin móvil, pero no dudo que ocurra en breve.
  -Sí, déjame tú móvil.
  -Sí, y tú el tuyo – dije.
Le di mi Black Berry negra y él me dio una blanca.
Los dos sonreímos.
Escribí mi número y él me escribió a mí el suyo.
Nos volvimos a cambiar los teléfonos y le acompañé hasta la puerta.
  -Hasta otra – dijo él.
  -Adiós, Dani.
Cerré la puerta y suspiré porque ya sabía lo que me esperaba ahora.
  -¿Y bien? – preguntó mi madre.
  -Sólo es un amigo – contesté.
  -Sí, ya. Yeso explica lo da la chaqueta, ¿no?
  -Verás, es que tenía frío y él… me la dejó – y era cierto.
  -Estabas con él, ¿verdad?
  -¿Qué? – dije asombrada.
  -Ayer por la noche, – contestó ella - ¿estabas con él?
  -¿Y eso qué más…? – comencé a decir.
  -¿Sí o no? – casi chilló.
  -¡Sí! – grité - ¿Y qué? ¡Es mi amigo!
  -¿Qué pasa? – era la vocecilla de Soffie. Estaba en el primer escalón con su peluche favorito en brazos.
  -No pasa nada, Soffie – dije con voz suave.
Me acerqué a ella y la cogí en brazos.
  -Ven, vamos a vestirnos.
Llegamos a su habitación y abrí el armario.
Saqué un vestido rojo con florecitas blancas y se lo puse.
Fuimos al baño y le recogí el pelo en dos coletitas.
  -Estás guapísima – dije sonriendo.
  -¿y tú por que no te vistes? – preguntó.
  -Ahora voy, - respondí - ¿me acompañas?
  -Sí – contestó Soffie.
Llegamos a mi habitación y senté a mi hermana en la cama.
Saqué una falda negra y una camiseta amarilla de tirantes del armario.
Entré corriendo en el baño y me di una ducha rápida.
Me vestí y volví a l habitación.
Soffie seguía exactamente en el mismo sitio en el que la había dejado, sentada sobre mi cama.
  -¡Estás muy guapa! – dijo mirando mi ropa.
  -Gracias, pero no tanto como tú.
Volví a abrir el armario y saqué unas Victoria del mismo color que la camiseta.
  -Espera aquí – le dije a mi hermana.
Corrí a mi habitación y saqué del armario un par de manoletinas blancas.
Volví a mi habitación y, después de ponerme mis zapatos, le puse a Soffie las manoletinas.
  -Ahora sí que estás guapa – dije.
  -Gracias – contestó con un hilo de voz.
La cogí en brazos y bajamos corriendo las escaleras.
  -Mamá – dije – vamos a por el pan.
Comprobé que llevaba las llaves, el dinero y, por supuesto, la Black Berry en el bolsillo.
Bajé a mi hermana al suelo y la cogí de la mano.