Angels

jueves, 22 de septiembre de 2011

1 Libertad = volar = sueño

Estuve un rato observando como las olas rompían contra las rocas del puerto.
Luego me tumbé boca arriba y contemplé un cielo sin lunas repleto de estrellas.
Estaba a punto de marcharse, pero cuando me incorporé noté que alguien se sentaba a mi lado.
Me giré y descubrí a un chico moreno con los ojos del color del mar.
  -Hola. – dijo – Me llamo Daniel.
  -Hola. – contesté – Yo soy Rosalie, pero me puedes llamar Rose.
  -¿Qué haces aquí sola a estas horas? – preguntó.
  -Bueno, salí a dar una vuelta con unos amigos y cuando ellos se fueron… bueno, me quedé aquí sentada. – expliqué - ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?
  - Verás, no tenía sueño, así que hice una pequeña escarpada nocturna – respondió él.
  -No recuerdo haberte visto por aquí últimamente. – comenté.
Porque si hubiera sido así me acordaría, pensé para mis adentros.
  -Vivo a las afueras.
Hobo un momento de silencio y los dos nos quedamos mirando el horizonte.
  -Es precioso, ¿verdad? - se me ocurrió preguntar.
  -Si, es precioso, inmenso, grandioso, hermoso, especial,… es el océano. – dijo suspirando.
  -De niña, me pasaba las horas muertas aquí con mi padre. – le conté a Daniel – Él me cotaba historias sobre el mar y leyendas sobre las constelaciones. Ahora no suelo venir mucho por aquí. – dije conteniendo las lágrimas – Desde que mi padre se fue.
  - ¿Dónde se fue tu padre? – preguntó.
  -Él murió hace dos años. – mis ojos se inundaron de lágrimas.
  -Oh, lo… lo siento mucho. – de disculpó – Tenía que haberme callado. Lo siento. – volvió a decir.
  - No importa, – dije secándome las lágrimas – ya va siendo hora de que me acostumbre.
Se acercó un poco más y posó su mano sobre la mía.
Tenía la piel muy cálida, al contrario que la mía. Daniel se dio cuenta y susurró:
  -Está helada.
Se quitó la chaqueta y la puso sobre mis hombros.
No me vino nada mal, ya que llevaba un vestido de tirantes.
  -Gracias – dije dedicándole una sonrisa.
Me la devolvió guiñándome un ojo.
Entonces puso las manos sobre sus rodillas y pude ver que n la derecha llevaba un objeto metálico.
  -¿Qué es eso? – pregunté señalándolo.
  -Oh, esto… es una armónica. – contestó alzando la mano.
  -¿Sabes tocar? – pregunté.
  -Si, bueno, sólo un par de canciones.
  -Toca algo. – le pedí.
  - Esto… - dijo algo confuso – vale, pero no te esperes nada.
Le sonreí y él comenzó a tocar.
Era una melodía lenta, pero era muy bonita.
Durante lo que duró la canción, me tumbé otra vez y contemplé el cielo, pensé que mi padre estaba allí arriba, mirándome, pensando en mí igual que yo pensaba en él.
Cuando Daniel acabó de tocar se tumbó junto a mí.
  -¡Guau! – Eres bueno, Daniel.
  -Dani. – dijo con tono cortante – llámame Dani.
  -Vale, eres realmente bueno Dani – y era cierto, tocaba genial.
  -Gracias, Rose. – respondió.
Hobo otro rato de silencio y esta vez fue él quien lo rompió.
  -A veces, - comenzó - desearía poder estar allí arriba, volando junto a los pájaros y sentirme…
  -…libre. – continué yo – Sentir que eres libre de hacer lo que quieras, dejar que el viento arrastre tu cuerpo entre las nubes y poder ver las estrellas un poco más cerca, hablar con la luna, y decirle que gracias a ella para ti no existe la oscuridad sólo la luz y que si necesitas hablar con alguien, ella siempre está allí, aunque a veces no puedas verla.
  - Vaya – comentó Dani algo asombrado por mi “discurso” - ¿Cuántos años tienes, Rose?
  -¿Qué? - ¿a qué venía eso ahora? – 17, ¿por qué?
  - Curiosidad. – dijo sonriendo.
  -Vamos, ¿qué te pasa? ¿Cuántos tienes tú?
  - 19 – contestó con otra sonrisa.
  -¿Qué ocurre? ¿Tanta gracia tiene?
  -Es que sólo tienes 17 años y… - comenzó a explicar - ¿en serio quieres volar? – preguntó cambiando de tema de repente.
Asentí tímidamente y él volvió a sonreír.
  -Ya, querer volar es una tontería – comenté
  -No, en realidad, – explicó - querer volar es un sueño. De hecho, yo también quiero volar.
<<Piiiiiii>>, la alarma del reloj marcó la una.
  -¡Oh! – exclamé mirando el reloj – Es la una de la madrugada. Debería estar en casa hace una hora y media.
  -Vamos, - dijo Dani levantándose – te acompañaré.
Me tendió la meno para ayudar a levantarme y yo se la cogí.
Me sacudí el vestido color celeste para quitarme la arena y comenzamos a andar hacia mi casa.
Fuimos todo el camino en silencio.
Cuando llegamos, me detuve delante de la puerta.
  -¿Te veré por aquí? – pregunté.
  -Eso espero – contestó sonriente – Esto… ¿me des tu correo?
  -Sí, claro, dame el tuyo y te agrego yo también.
Cogí un papel del bolso y escribí mi correo:


Rose ­_love@hotmail.com



Le di otro papel y él me escribió el suyo:


     Daniangel@hotmail.com



Cuando leí el trozo de papel que me entregó me fijé en que su caligrafía era perfecta, al contrario que la mía.
Le di el mío y, en silencio, abrí la puerta de mi casa.
  -Nos vemos. – me dijo.
  -Adiós, Dani. – me despedí.
Se dio la vuelta y comenzó a andar por la calle hacia la derecha.
Le observé hasta que dobló la esquina y entonces me di cuenta de que llevaba puesta su chaqueta de cuero negra.
¡Mierda! Me la quité rápidamente y la metí en al bolso.
Como la viese mi madre…
Me quité los tacones y entré de puntillas en casa, pero cuando iba a subir las escaleras, mi madre encendió la luz del salón.
                           

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